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El Don de la Vocación Presbiteral

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Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis

(Apartes referidos a la formación permanente)

 

L’ Osservatore Romano

Ciudad del Vaticano, 8 de diciembre de 2016

LA FORMACIÓN PERMANENTE

80. La expresión "formación permanente"1 recuerda la idea de que la única experiencia discipular de quienes son llamados al sacerdocio no se interrumpe jamás. El sacerdote, no solo "aprende a conocer a Cristo", sino que, bajo la acción del Espíritu Santo, se halla dentro de un proceso de gradual y continua configuración  con Él, en su ser y en su hacer, que constituye un reto permanente de crecimiento interior de la personal. 2

Conviene alimentar de manera constante la "llama" que da luz y calor  al ejercicio  del ministerio,  recordando que «alma y forma de la formación permanente del sacerdote es la caridad pastoral». 3

81. La  formación permanente procura garantizar la fidelidad  al ministerio sacerdotal, en un camino de continua conversión, para reavivar el don recibido con la ordenación. 4

Tal recorrido constituye la continuación natural del proceso de construcción de la   identidad   presbiteral,  iniciado en el Seminario y realizado sacramentalmente en la ordenación  sacerdotal, con  vistas a un servicio pastoral  que  la hace madurar con el tiempo. 5

82. Es importante que los fieles puedan encontrar sacerdotes maduros y bien formados: ya que, a este deber «corresponde un preciso derecho  de  parte  de  los fieles, sobre los cuales recaen positivamente los efectos de la buena formación y de la santidad de los sacerdotes» 6. La formación permanente debe ser concreta, en cuanto encamada en la realidad presbiteral, de modo que todos  los  sacerdotes  puedan  asumirla efectivamente, considerando el hecho de que el primer y principal responsable de la propia formación permanente es el mismo presbítero.7

 El primer ámbito en el que se desarrolla la formación permanente es la fraternidad presbiteral. Es deseable que esta formación se promueva en cada diócesis, por un presbítero o por un grupo de presbíteros, formados de  manera  específica  y  oficialmente encargados de favorecer un servicio de formación permanente, teniendo en consideración  la edad y las circunstancias particulares de cada hermano. 8

83. La primera etapa de este camino es la de los años que siguen a la ordenación presbiteral. El sacerdote en este período, mientras ejerce el ministerio, adquiere la fidelidad al encuentro personal con el Señor y al propio acompañamiento espiritual y la disponibilidad para consultar sacerdotes con mayor experiencia. Es particularmente significativa la capacidad de establecer relaciones de colaboración y de compartirlas con otros presbíteros de la misma generación. Es deseable que se promueva el acompañamiento ofrecido por hermanos de vida ejemplar y celo pastoral, que ayuden a los jóvenes sacerdotes a vivir una pertenencia cordial y activa al presbiterio diocesano.

Es responsabilidad del Obispo «evitar que los nuevos ordenados sean colocados en situaciones excesivamente gravosas o delicadas, así como también se deberían evitar destinos en los cuales lleven a cabo su ministerio lejos  de sus  hermanos.  Es  más,  sería  conveniente,  en  la  medida  de  las  posibilidades,  favorecer   alguna oportuna forma de vida en común». 9   Se procure  un acompañamiento personal  a los sacerdotes jóvenes, promoviendo y apoyando sus cualidades para que así puedan abrazar con entusiasmo los primeros desafíos pastorales. De esta tarea deberá sentirse  responsable  el párroco, u otro sacerdote, con el cual el joven presbítero es enviado inicialmente.

84. Después de algunos años de experiencia pastoral, podrían emerger fácilmente nuevos desafíos, concernientes al ministerio y a la vida del  presbítero:

a. La experiencia de la propia debilidad: la presencia de contradicciones que podrían permanecer en su personalidad y que debe afrontar necesariamente. La experiencia de la propia debilidad podrá inducir al sacerdote a una mayor humildad y confianza en la acción misericordiosa del Señor, cuya " fuerza se muestra plenamente en la debilidad' (cfr. 2 Cor 12, 9), y a una comprensión benévola en la relación con los demás. El presbítero no deberá aislarse; necesitará, al contrario, el auxilio y el acompañamiento en el ámbito espiritual y/o psicológico. En cada caso, será útil intensificar la relación con el director espiritual con el fin de extraer algunas lecciones positivas de las dificultades, aprendiendo a buscar la verdad en la propia  vida y a comprenderla  mejor a la luz del Evangelio.

b.  El riesgo de sentirse funcionarios de lo sagrado: el transcurso del tiempo  puede generar en el sacerdote la sensación de sentirse como un empleado de la comunidad o un funcionario de lo sagrado 10, sin corazón de pastor. En cuanto  se observe esta situación, será importante que el presbítero sienta la cercanía de sus hermanos y se haga accesible a ellos. Como ha  recordado  el  Papa  Francisco, de hecho, «no se necesitan [...] sacerdotes funcionarios que, mientras cumplen su función, buscan lejos de Él la propia consolación. Solo el que tiene fija la mirada sobre aquello que es verdaderamente esencial puede renovar su propio sí al don recibido y, en las diversas etapas de la vida, no dejar de donarse; solo quien se deja conformar con el Buen Pastor encuentra unidad, paz y fuerza en la obediencia del servicio ...»11

c. El reto de la cultura contemporánea: la inserción adecuada del ministerio presbiteral en la cultura actual, con las diversas problemáticas  que  comporta,  exigen apertura y actualización de parte de los sacerdotes 12 y,  sobre  todo,  un sólido anclaje de las cuatro dimensiones de la formación: humana, espiritual, intelectual  y pastoral.

d. La atracción del poder y de la riqueza: el apego a una posición, la obsesiva preocupación por crearse espacios exclusivos para sí mismo, la aspiración a "hacer carrera", la aparición de un ansia de poder o de un deseo de riqueza, con la consecuente falta de disponibilidad a la voluntad de Dios, a las necesidades del pueblo confiado y al  mandato del Obispo. En tales situaciones será oportuna la corrección fraterna, o la reprensión, u otra vía sugerida por la solicitud pastoral, siempre y cuando tales conductas no configuren un delito que exija la aplicación de penas.

e. El desafío del celibato: vivir el celibato por el Reino, en medio de nuevos estímulos, las tensiones de la vida pastoral, en vez de favorecer el crecimiento y la maduración de la persona, pueden provocar una regresión afectiva, que induce, bajo la influencia de una tendencia socialmente difundida, a dar espacio indebido a las propias necesidades y a buscar compensaciones, impidiendo el ejercicio de la paternidad sacerdotal y de la caridad pastoral.

 f. La entrega total al propio ministerio: con el paso del tiempo, el cansancio, el natural decaimiento físico y la aparición de los primeros problemas de salud, los conflictos, las desilusiones respecto a las expectativas pastorales, el peso de la rutina, la dificultad para cambiar y otros condicionamientos socio-culturales, podrían debilitar el celo apostólico y la generosidad en la entrega al ministerio pastoral.

85. A cualquier edad puede suceder que un sacerdote necesite asistencia a causa de alguna enfermedad. Los sacerdotes ancianos y enfermos ofrecen, a la comunidad cristiana y al presbiterio, su propio testimonio y son un signo eficaz y elocuente de una vida entregada al Señor. Es importante que continúen  sintiéndose  parte activa en  el presbiterio y en la vida diocesana, también a través de las frecuentes visitas de los hermanos y de su solícita cercanía.

86. Las iniciativas de sostenimiento presbiteral que surgen entre sacerdotes que ejercen el ministerio en la misma zona geográfica, en un mismo ámbito pastoral, o en tomo al mismo proyecto, ofrecen oportunidades válidas en este sentido.

87. La fraternidad sacramental constituye una valiosa ayuda para la formación permanente de los sacerdotes. El camino discipular exige un continuo crecimiento  en  la caridad, síntesis de la «perfección sacerdotal» 13, pero esto no puede realizarse aisladamente, porque los presbíteros forman un único presbiterio, cuya unidad es constituida  por «particulares vínculos de caridad  apostólica, de ministerio y de fraternidad».  14    Por tanto,  la «íntima fraternidad sacramental» 15  de los presbíteros  es la primera manifestación de la caridad, y también el primer espacio en el cual ésta puede desarrollarse. Todo esto se alcanzará con la ayuda del Espíritu Santo y con un combate espiritual personal, que deberá purificar al sacerdote de toda forma de individualismo.

88. Entre las modalidades que dan forma concreta a la fraternidad sacramental, algunas merecen ser propuestas de modo particular desde la formación  inicial:

a. Encuentro fraterno: algunos sacerdotes organizan encuentros fraternos para orar, acaso leyendo comunitariamente la Palabra de Dios, en alguna forma de Lectio Divina, profundizar algún tema teológico o pastoral, compartir los deberes del ministerio, ayudarse o simplemente pasar el tiempo juntos. En sus diversas formas, estos encuentros constituyen la expresión más simple y  difundida de la fraternidad sacerdotal. En todo caso, es muy recomendable promoverlos.

b. Dirección espiritual y confesión: la fraternidad sacramental se transforma en una valiosa ayuda, cuando toma la forma de la dirección espiritual y de la confesión, que los presbíteros buscan entre sí. La regularidad en este tipo de encuentros facilita que se mantenga viva la «tensión de los sacerdotes hacia la perfección espiritual de la cual depende, sobre todo, la eficacia de su ministerio». 16  Particularmente en los momentos de dificultad, los presbíteros pueden encontrar en el Director espiritual un hermano, que les ayude a hacer el discernimiento sobre las causas de sus problemas y a poner en práctica  los medios adecuados para afrontarlos.

c. Ejercicios espirituales: tienen una importancia fundamental para la vida del sacerdote, ya que conducen al encuentro  personal con el Señor en el silencio y  el recogimiento, constituyen un tiempo privilegiado de discernimiento personal y apostólico, útil para una revisión progresiva y profunda de la vida; organizados comunitariamente favorecen  entre  los  presbíteros  una participación  más amplia y refuerzan la comunión fraterna.

d. Mesa común: compartiendo los alimentos, los presbíteros  aprenden  a conocerse, escucharse y apreciarse entre sí, gozando también de la oportunidad de un provechoso y amistoso intercambio.

e. Vida común: sea por iniciativa personal,  por necesidad  pastoral, por costumbre  o   por   disposiciones  a   nivel   local,   algunos   presbíteros   realizan   una vida común. 17   El  hecho de  vivir  juntos  se  convierte  en  verdadera  "vida común" mediante la oración comunitaria, la meditación de la Palabra de Dios y otras ocasiones para la formación permanente; además, la vida común facilita un intercambio y una confrontación en tomo a los respectivos deberes  pastorales. La vida común ayuda también a sostener el equilibrio afectivo y espiritual de quienes participan en ella  y promueve   la  comunión con el Obispo. Será necesario procurar que estas formas permanezcan abiertas al presbiterio en su conjunto  y a las necesidades  pastorales de la diócesis.

f. Asociaciones sacerdotales: tienden fundamentalmente a favorecer la unidad de los presbíteros entre sí, con el resto del presbiterio y con el Obispo. 18 Los miembros de las diversas asociaciones reconocidas por la Iglesia encuentran en ellas un soporte fraterno, que los presbíteros consideran necesario en su camino hacia la santidad y en su misión.19 Algunos sacerdotes pertenecen también a los nuevos movimientos eclesiales, dentro de los cuales encuentran un clima de comunión  y reciben estímulo  para una continua  renovación  misionera; otros viven una consagración personal en los Institutos Seculares «que tienen como  nota  específica  la  diocesaneidad»20, sin estar habitualmente incardinados en ellos.

 

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1 El concepto de formación permanente en el transcurso del tiempo, fue profundizado tanto en el ámbito de la sociedad, como en el de la iglesia; un momento importante de tal profundización, lo constituye la " Carta a  los Sacerdotes" (especialmente el n. l O), enviada por JUAN PABL O ll , el 8 de abril de 1979: lnsegnamenti II (1979), 857-859: «todos debemos convertirnos cada día. Sabemos que ésta es una exigencia fundamental del Evangelio, dirigida a todos los hombres (cfr. Mt 4, 17; Me 1, 15), y tanto más debemos considerarla como dirigida a nosotros [...} La  oración debemos unirla  a  un  trabajo  continuo  sobre  nosotros  mismos: es  la formación permanente" [...} tal .formación debe ser tanto interior, o sea que mire a la vida  espiritual  del sacerdote, como pastoral e intelectual (filosófica y teológica)». Para una visión de conjunto y una síntesis sobre el tema, cfr. Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, nn. 87-115.

2 Cfr. FRANCISCO, Discurso a la Plenaria de la Congregación para el Clero (3 de octubre de 2014): L'Osservatore Romano 226 (4 de octubre de 2014 ), 8.

Pastores daba vobis, n. 70: AAS 84 (1992), 781

4 Cfr. ibid.: AAS 84 (1992), 778-782.

5 Cfr. ibid., n. 71: AAS 84 (1992), 782-783.

Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, n. 87.

7 Cfr. Pastores daba vobis, n. 79: AAS 84 (1992), 796.

8 Cfr. Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, n. 108.

Jbid., n. 100.

10 Cfr. Pastores daba vobis, n. 72: AAS84 (l 992), 783-787.

11 F RANCIS CO, Carta a los participantes en la Asamblea General Extraordinaria de la Conferencia Episcopal  Italiana (8 de noviembre  de 2014):  L'Osservatore Romano 258 (12 de noviembre de    2014 ), 7; Cfr. Presbyterorum ordinis, n. 14 : AAS 58 (1966), 10 13- 1014.

12 Cfr. Pastores daba vobis, n. 78: AAS 84 (1992), 795-796.

13 Presbyterorum ordinis, n. 14: AAS 58 (1966), 101 3.

14 Ibid., n. 8: AAS 58 (1966),  I 00 4.

15 Ibid.: AAS 58 (1966), 100 3.

16 BENEDICTO XVI, Discurso a los participantes en la plenaria de la Congregación para el Clero (16 de marzo de 2009): lnsegnamenti V/J  (2009), 392.

17 Cfr. C.I.C., can. 280; Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, n. 38.

18  Cfr. C.I.C., can. 278, §§  1-2.

19 Cfr. Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, n. 106

20 Pastores daba vobis, n. 81: AAS 84 (1992), 799.